Vivir feliz es algo que muchos añoramos, deseamos, queremos, trabajamos por y para lograr esa felicidad plena, en la que al sentirla decir: ya está. Y, entonces, dejar de hacer. Pero que incongruente es el hacer para conseguir ese calmo dejar de hacer. En este punto, me azotan la mente un par de preguntas: ¿Qué es realmente vivir feliz? Y, ¿por qué lo deseamos tanto, pero nos cuesta muchísimo, aunque sea tan sólo un segundo, rozarlo con la yema de los dedos?
Mi vida ha estado pulsada por la "loca" búsqueda de la felicidad. Algo muy asociado a mi carácter, quien rechazando el dolor, es capaz de mover mares y montañas, con el fin de conseguir una "felicidad" efímera. ¡Spoiler alert! Esa incesante búsqueda, me ha traído más sufrimiento que felicidad, a pesar de los efímeros momentos de "felicidad"; porque siempre estaban seguidos de un denso vacío, cargado de sufrimiento.
Grandes sabios han apuntado que debemos buscar la felicidad en nuestro interior, que jamás, lograremos encontrarla en nada externo. Un concepto que he escuchado en repetidas ocasiones, a priori, fácil de entender intelectualmente. Pero es complejo, me ha llevado apenas 35 años comprenderlo, o al menos, comenzar a comprenderlo verdaderamente. Porque solía buscar fuera, en el trabajo, en los amigos, en las fiestas, los viajes, el tiempo de ocio, la casa... Absolutamente en cada una de las áreas que componen nuestra vida (vida, hablando de una persona que vive en Europa). Y como comentaba antes, cada vez que he logrado uno de esos momentos felices, tras varios minutos, ahí estaba otra vez: un ténebro vacío frente a mi, o dentro de mí. La tristeza asomaba el rostro y mi mayor miedo se hacía presente. Nuevamente comenzaba el círculo vicioso de hacer. Hacer para conseguir. Hacer para escapar de ese vacío. Hacer para alcanzar la plena felicidad. Hacer, hacer y más hacer, con el fin de algo. Que locura me parece ahora con distancia. La compasión se me agarra en el pecho por esa niña asustada por el sufrir.
No recuerdo bien en que punto de mi camino, agotada del sufrimiento y del hacer, comencé a transitar el camino del autoconocimiento. Inicialmente era la misma premisa, huir, buscar felicidad, sólo cosas buenas, placenteras, el hedonismo sin sombrero. Un camino lleno de baches en los que tropezaba una y otra vez, porque cabezona soy un rato. Pero así aprendemos los humanos, ensayo y error. Y poco a poco, gracias a las maravillosas personas que me han ido acompañando en todas las etapas de mi vida hasta la fecha, conseguí romper las primeras barreras de mi mente egoica. Entonces, la luz interna se prendió, muy sutil, pero suficiente para que el negro vacío diera menos miedo.
Estaba lista, preparada para conectar con la tristeza. Eso que tanto me aterraba estaba frente a mí, como un muro. Como una sombra que me amenazaba con agarrarme hasta el último milímetro de mi cuerpo, y no soltarme hasta hundirme en lo más profundo del océano.
Aterrada con transitar esa densa niebla que calaba hasta los huesos, pero confiando en que tras los arduos acantilados estaba la felicidad prometida. Me agarré bien los pantalones, tomé una respiración profunda y me adentré en el más tenebroso de los episodios de mi vida. ¿Y sabes qué? No fue para tanto. Me di cuenta que era más el miedo a sentir esa tristeza, que el mero hecho de sentirla en el momento. Comenzó a desprenderse la venda de mis ojos. Y comencé a comprender que era más doloroso el camino de evitar sentir, que el echo de sentir.
A pasitos bebé, fui transitando ese camino de reconexión con mi cuerpo. Estaba dejando atrás las herramientas de "supervivencia", que me disociaban. Cada vez observaba menos resistencia a sentir las emociones, fueran cuales fueran. Y me comenzaba a dar cuenta como esos cambios internos se proyectaban hacia fuera. Me descubría sosteniendo un espacio, de forma tranquila, cuando alguien no se encontraba bien. El deseo profundo de correr a alegrar a la gente se desvanecía frente a mis ojos, dejando paso a una calma frente a la tristeza interna y externa.
¡Y lo entendí! Estar vivo, ser humano, es sentir. Si no sentimos no estamos vivos. Esa es la gran diferencia entre la vida y la muerte. Así que, a pesar del profundo miedo a sentir, seguí transitando el camino, porque estaba agradecida de estar viva. ¡Qué alegría poder sentir! Incluso la tristeza, la soledad, el miedo, el dolor... todas ellas tomaban un nuevo color, una nueva textura, que las dotaba de agradables.
Y aquí llegó otra de las profundas revelaciones de mi vida, no hay buenas o malas emociones, solo hay sensaciones corporales. Las emociones son emociones cuando la mente entra en el juego. Juzgando, rechazando o formando apegos con ellas, consigue categorizarlas como buenas o malas, unas me gustan, otras no. Y ese es el juego mental en el que nos vemos cada día. Quitar la mente de la ecuación, me aportó una liviana profundidad de paz, que me daba la oportunidad de observar todas ellas sin pensar en ellas, simplemente sientiéndolas tal como eran, sensaciones corporales. Quitar la mente es volver a ser un bebé, donde no hay etiquetas, las cosas son y ya está. Esto es volver a sentir de una forma cruda.
En este punto, tras aprender a dar espacio a lo que ocurra en mi interior, y eliminar la mente de la ecuación; Cuando dejé de perseguir la felicidad, esta llamó a mi puerta. ¿Esto es felicidad? Una nueva sensación me venía de dentro, de muy adentro, y no dependia absolutamente de nada externo. No había deseo, no había expectativas, simplemente nacía de un profundo sentir y de una plena reconciliación con todas las partes de mi Ser.
Desde el momento en que reconocí la felicidad por primera vez, ésta me visita amenudo. Ya no me da miedo sentir y, gracias a ello, me permito sentirla como un color más dentro del arcoiris de la vida. No he de "hacer", ella ya está. Y cuando aparece, nunca lo hace sola, casi siempre viene acompañada de la calma, el amor y la gratitud. Y estos otros colores, ayudan a amplificarla.
Hoy por hoy, disfruto de las cosas sutiles de la vida, por ejemplo tener tiempo a la mañana para despertar con calma, tomarme un té que me encanta, tener tiempo para meditar, permitirme sentir lo que sea que ocurra en mi interior, tener la libertad de trabajar desde el lago, conectar con alguien con o sin palabras, acariciar a mi perro o dar un paseo al atardecer en una tarde de verano, cualquier cosa, por pequeña que sea, viene acompañada de felicidad.
El aprender a disfrutar de los pequeños "placeres" sin rechazo y sin apego, el reconciliarme con sentir en el cuerpo y aprender cual es la función de mi mente y no darle todo el poder a ella, son parte de mi camino de vida. Parte de ese camino que me ha llevado a reconocer la felicidad. Un entrenamiento que como decía en el título de este blog: Aprender a vivir feliz, es un camino para toda una vida. Un camino que sigo peregrinando, y que día a día, momento a momento, me tiene nuevas enseñanzas preparadas, y todas ellas, pueden estar teñidas con el color de la felicidad.
Así que no lo olvides nunca, la vida es sentir y sentir es felicidad.
"Te deseo lo mejor para tu camino".
Si estás en tu camino hacia la felicidad o quieres comenzar a caminar en él, te invito a que eches un ojo en Terapia-Merak. Es todo un placer para mí, acompañarte en una parte de tu camino.
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